¿Qué mal acompañada? Ni siquiera.
Mejor Sola. Este es mi gran descubrimiento del año. Ni siquiera ser todo lo
vegana que puedo ser, supera el tema “no estar acompañada”. Ni el yoga. Ni la
concienciación social. Ni la terapia personal con una profesional. Ni los
cambios en mi persona. La visión real de la soledad en el ser humano es lo que
me ha dejado boquiabierta en este fantástico 2013.
Desde que recuerdo, la visión, no
sólo de las relaciones de los demás si no las de uno consigo mismo, han pasado
en mi cerebro marcadas por la sociedad, las películas, las canciones, los
libros, los ejemplos de padres y amigos y, cómo no, el terrible vocabulario.
Las frases “ser una solterona”, “quedarse
para vestir santos”, “no ha podido rehacer su vida”, “no tiene perrito que le
ladre” y “no hay quien la/le aguante” tienen un toque tan peyorativo, negativo
y amargo, que una, sin mucho análisis, tiene que deducir que estar en soledad
es una auténtica mierda.
En mi adolescencia “el ser rara”
equivalía al “no hay quien la aguante” por lo que tardé tiempo en encontrar a
alguien “que me aguantara”. Yo era rara, claro está. Y quería encontrarlo. Vaya
si quería. Lo triste era que muy probablemente no lo quería por amar. No (no
sabía nada del amor romántico). Lo quería por ser aceptada. A mí no me habían
besado. A mí no me habían “pedido de salir”. Ni siquiera tenía la absoluta
certeza de haberle gustado a algún chico de un modo especial. Claro. Si le
hubiera gustado a algún chico de un modo especial este me hubiera escrito
alguna carta (de moda en los 80), me hubiera dicho algo, se lo hubiera dicho a
mi mejor amiga, me hubiera intentado besar, se hubiera plantado debajo de mi
ventana con un radiocasete a todo volumen y me hubiera rogado que no me
marchara del pueblo a la universidad de Harvard sin decirle que le quería. Esto
es. Me esperaba lo que veía en las pelis. Lo que mis amigas me fantaseaban. Y yo, bonica era, con una fantasía de otra persona
me hacía mi mundo Michael Ende particular.
Tardé, para los cánones de la época, bastante
en que me besaran y mi primer beso fue un horror y mi primer “¿Quieres salir
conmigo?” (justo dos semanas previas a ese beso) fue un espanto. Es igual. A
partir de ahí busqué mi Serendipity en cada chico que me hacía tilín. Me
enamoré. Me dejaron. Dejé.
El rosario de perlas habitual de veinteañera. Sufrí
lo indecible. Disfruté lo inenarrable. Narré a amigas y primas lo inexplicable
y gracias a ese amor desgarrador decidí ser escritora. Nada mejor que escribir
sobre algo que a todos les pasa.
Pensé que el amor tenía que ser
así. Así me lo habían enseñado. Así me lo contaban. Así lo vivía yo. A mi
alrededor las únicas personas “adultas” sin pareja era gays (ocultados encima, como
si fuera vergonzoso) o realmente amargantes con patas. Yo no era gay. Yo no
quería ser amarga (lo soy un poco, la verdad). Había una persona a la que yo
admiraba por inteligente, con gran carácter y maravilloso modo de vida. Una
madre separada divina. Pero decidió quitarse de en medio de la vida nunca supe
si por qué no logró aprender lo que era que la hubieran dejado por otra. Me pareció terrible que alguien a quien yo
admiraba y que me hubiera gustado ser se eliminase de un plumazo de la tierra. Así
que hay que transformarse para ser lo que los otros esperan de ti y conseguir
¿lo que tú esperas de ti?
Hay que estudiar, trabajar,
triunfar, tener un hijo, tener pareja, tener coche… casa…. ¿De verdad “hay que”?
Hay que ser feliz. Mira en eso si estoy de acuerdo. Pero para ser feliz no hay
que amar a un hombre. No hay que tener pareja. No hay que tener un proyecto de
vida en común con alguien. Ni siquiera hay que tener un hijo (y mi hijo es una
de las mayores fuentes de felicidad en mi vida, a sus 6 años). No. Para ser
feliz hay que amar. Hay que amarse a uno mismo.
Decía el gran Kilian Jornet que
la montaña con otra persona es intensísima. Puedes compartir con esa persona
los sentimientos y emociones que te embargan en la cumbre pero estás tan
pendiente de esa persona (de sus reacciones, de sus emociones, de su seguridad)
que no estás pendiente de ti. Se te escapa lo que la montaña hace por ti. Lo que
te ayuda a interiorizar, a pensar, a decidir, a disfrutar plenamente. En
soledad la montaña te ayuda a crecer.
Los niños no pueden estar solos.
Los adultos sí. No es ninguna pena. Es totalmente necesario. Es gratificante
realizar cosas por uno mismo. Es madurez. Y cuando uno está maduro, tranquilo,
feliz consigo mismo, entonces, ese uno, puede darse. Porque para darse hay que
tener y para tener hay que crear desde el interior.
Entonces amigos, colegas de
trabajo, familiares, hombres y mujeres de tu vida, entonces, ellos te
compartirán y te disfrutarán. Te darán esa enorme recompensa que es el amor de
los otros. Pero sin renunciar a ti. Sin dejarte vaciar por el camino. Sin
hipotecarte.
Sé que muchos leerán estas
palabras sin entenderlas. Creyendo que son palabras de despechada: “Bah, las
uvas están verdes” dijo la zorra.
Pensando que la pareja en completa sintonía, los abuelitos viejitos que se
dan la mano a los 90 años y se mueren con una semana de diferencia uno del otro,
es el colmo de lo más en felicidad. Pero, señores, a cada cual le hacen felices
cosas muy diferentes y ¿sabéis que me hace feliz a mi? Pues yo.
Y mientras me llegan los 90
pienso disfrutarme mucho, quererme mucho, reírme de mi misma mucho, leerme,
escucharme, visionarme. Y me encontraré con gente que me disfrute, me quiera,
me ría, me lea, me escuche y me vea. Y si no tengo que firmar un contrato de por
vida con esas personas, mejor.
Porque el que obliga a firmar a otro está
sentando las bases de la culpa futura. Yo lo he hecho “Si me quieres, entonces
harás esto”. Y para culpas ya tenemos a otros. No jodamos más con el amor, por
favor.
Feliz miércoles que huele a
viernes
Oh me encanta!!!
ResponderEliminarGracias Gabi preciosa. Me encanta que te encante y que lo entiendas.
Eliminarandaaaa, pos yo no lo entiendo pero no cal tampoco....que ara eres feliz?? pues ole tú Miss!!! :)Lui
ResponderEliminarEstas suelen ser decisiones valientes pq la sociedad no lleva siempre a lo contrario.
ResponderEliminarSilvia
No se si son decisiones valientes. Es un sentimiento que me nace de dentro. Una rabia contra lo establecido y un "sácame de aquí esas etiquetas". Mientras pasan los días y los meses te confieso, querida Silvia, estar en soledad no es fácil, pero estar en pareja tampoco. ¿Quien dijo que la vida es fácil? eso si, la vida es terriblemente hermosa, y por esa vida yo mataría. Por la hermosa. Por la mía. Sigo luchando.
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