Cuando yo era niña en las casas
Españolas no se cenaba pizza. La comida china para llevar (tampoco se decía “take
away”) y los cafés clasificados de cien maneras imposibles y desayunados en la
oficina en vez de en la cafetería, eran signos inequívocos de que estabas en
una peli americana y, generalmente, la oficina era un buffet de abogados o una
comisaría de policía. Yo soñaba con el
sabor del interior de esas cajas de cartón, con comer con palillos directamente
de ellas y con cual me pediría yo si el teniente negro e irlandés (viva la
mezcla patria yanqui) me espetaba “Cruz, ¿A ti de que te lo pedimos?”.
Mis primeras pizzas me las hacía
yo de adolescente con la base congelada tamaño mediano de la marca Findus, tomate frito
Orlando, lata de atún, quesitos El Caserío y orégano, mucho orégano. Si no pones orégano no es una pizza. El quesito tenía que estar cortado en trocitos
pequeños porque, de otro modo, se quemaba la parte del piquito de arriba y no
lo podías aplastar después para hacer que se pareciera a la mozzarella. Éramos
cinco hermanos y mis pizzas, recuerdo, eran celebradas con grandes ovaciones. Digo recuerdo porque no lo sé a
ciencia cierta. Si alguno de los cuatro que me leen pero no me escriben salivan
al leer las líneas de arriba que me lo diga y así certifico junto con los
suyos un recuerdo mío más.
Durante muchos años ante la
pregunta “¿Cuál es para ti la mejor pizza del mundo?” hubiera contestado sin
dudarlo: “La del restaurante de Gandía”. Tenía 20 años, experiencia gastronómica
la Cruz-Morci (buena pero limitada), manía para hacer “rankings” gracias a “Los
40 Principales” y deseos de expresar mi opinión cada dos por tres. La semana
santa de 1991 me fui con unos amigos a Gandía. Primera vez que mis padres me
dejaban (bueno mi padre seguro que no me dejó.
Le veo con su gesto torcido de “A mí nadie me ha preguntado mi opinión”)
salir de casa con amigos a pasar siete días de juerga supina. Mi padre torcía
el gesto por mi novio. No es que no fuera fantástico, genial, el Príncipe
Felipe, que decía mi abuela por la época, y educado hasta decir basta (con el
tiempo y un bizcocho en el ranking de hombres de mi vida está muy bien situado en
los primerísimos puestos del top cinco). No. El problema era que, para mi
padre, no había “Príncipes Felipes” suficientemente buenos para su hija la
mayor.
Aquella noche que nos tomamos
libre Ricardo y yo (este nombre no es ficticio y como los hombres de mi vida no
leen no hay riesgo que al pobre Richie le salgan los colores de la cara. Creo
que estar en el top cinco le hace merecedor de una muy especial mención) de los
amigos, decidimos ir andando sin rumbo fijo hasta que un restaurante nos llamó
la atención. La dueña era francesa. Pocas mesas ocupadas en aquella ventosa
semana santa Española. Pequeño y discreto el lugar. Para mirarse a los ojos y
cogerse las manos por encima del mantel. Para sonreírse y decirse cuan
enamorados estamos y que gusto tener toda la vida por delante para demostrárnoslo.
La masa era fina, fina y
crujiente. En los bordes se adivinaba la mano del cocinero por ser irregulares.
Tomate cocinado con un punto de azúcar para quitar la acidez. Aceite de oliva
en mi nariz, un huevo frito y orégano del fresco, de aquel en el que a la hoja
le ves los nervios de la vida. Supongo
que tendría algo más que el huevo frito pero solo me acuerdo de eso. Y de que
me lo pedí porque nunca había tomado un huevo en una pizza y era lo más raro de
la carta. Siempre arriesgo con la gastronomía. Con eso puedo arriesgar. Siempre
me sorprenden las experiencias en el paladar diferentes. Para bien o para mal, siempre es novedoso e
irrepetible por ser la primera vez.
Sentenciamos que era la mejor
pizza de nuestra vida e hicimos volver a todos otro día para certificarlo.
Algunos no vinieron. Con 20 años no te gastas dinero en semana santa en un
restaurante. Con Ricardo descubrí el placer de descubrir y de hacer “nuestros”
pequeños restaurantes de Madrid.
Mirando aquella escena con retrospectiva
y muchos años encima, me doy cuenta que lo importante no fue la comida sino la compañía.
Habiendo sido una de las cenas más memorables de la que no tengo ni un solo
recuerdo auditivo y si muchos olfativos, visuales y gustativos, llego a la
conclusión que todo depende del cristal con el que se recuerde y que comer
compartiendo intimidad gastronómica eleva el acto cotidiano a categoría
superior.
Como no voy a tener otro niño
para acompañar a mi Luc en sus desayunos, desde aquí me comprometo a sentarme
con él cada mañana mientras paladea su tostada con aceite y sal y escuchar sus
pensamientos a las 07.45 recién despertado, mientras yo me tomo el segundo te
de mi mañana bañándome en sus ojos y en su Cola Cao.
Salud para disfrutar y calor para
amar.
Para mi la mejor Pizza que recuerdo (y simplemente pq es de los primeros restaurantes en los que comí pizza) es uno que había en Gracia: La casa de las Pizzas.
ResponderEliminarTenían una peculariedad y era que podias combinar dos sabores (me encantaba mitad de 4 quesos y la otra de sobrasada).
Este restaurante abrió"otra sucursal" en Verdi que con los años se los quedaron unos uruguayos o argentinos y que ahora regentan unos pakistanis. Ni que decir tiene que ya no voy pq aunque lleve el mismo nombre ya está a años luz de la primera "casa".
Que tengas una linda semana.
Silvia.
Los nombres no importan. Las almas si. Que tengas una de las semanas lindas que te tocan. Besos mil Silvia. No olvido ese café de niñas solas y risas cómplices. Marzo se adivina sosegado. Ganas tengo
EliminarQue paralela hemos vivido la vida, haciendo casi las mismas cosas, bueno yo no he salido fuera a estudiar Inglés, pero lo de la pizza findus ha sido un recuerdo total vamos, todo, hasta lo de los quesitos y las puntas, que verdad!!! que cosa tan mala la base congelada aquella pero nos sabia a gloria, la mejor pizza que yo tomé fue en Florencia con mi hermano Alvaro, bajabamos de ver el Palacio de los Medicci los dos solos y nos metimos en una panaderia!!! y resulta que tenian una pizza cuadrada, gigantesca, con un olor.... inexplicable, pedimos un trozo y nos sentamos en la calle a comernoslo bocado el bocado yo, mirando la ciudad de Florencia, teniamos yo 21 años y el 20, creo que fue el momento mas bonito que pasé con el y nada podrá superarlo, no hablabamos, solo mirabamos aquella belleza, con los pies doloridisimos pero felices.
ResponderEliminarSi es que.... nos teníamos que re-encontrar para compartir noches de Pilares de la Tierra, bailes de Sevilanas en Las Rozas, recuerdos de piquitos de quesitos y cuentos de Celia es mamá. Te quiero niña. Gracias por tus réplicas.
EliminarSi es que "eresmasguapaynonaces"
EliminarQuita, quita.... no puedo ser más guapa :) .... mejor nacer y vivir para abrazarse en la muralla China y decirse adios durante 23 años (ais...., jesuspordios)
EliminarPues eso, el post este parece más de "ex" que de pizza. A veure si ens veiem avui per dinar entre mòbils.
ResponderEliminarPer pizzes, les de la illa de Corsega fetes amb forn de llenya.
B7's
B7 ¡Qué exagerao que eres hijo! Los post de "ex" tienen más chicha. A ti que te los narro en vivo y en directo y además los disfrutas tanto, deberías saber que este no es un post de "ex" sino de pizzas, claramente..
EliminarPues ya no sé si este post va de pizzas, de ex, de rankings, de quesitos resquemaos o si es una oda a Luc para que de mayor recuerde que las mejores tostadas con aceite y sal que se tomará en su vida serán aquellas en las que le acompañaba su madre, taza de té en mano y retecleo de smartphone en otra... ¿puede ser o voy equivocao?
ResponderEliminarLa mente tiene el prodigio de grabarte entre las sienes olores, sabores y sensaciones que por siempre se quedarán anclados al recuerdo de alguien o de algún lugar.
Las tortillas que hace tu madre solo las hueles cuando vas a verla y automáticamente te transportas a ese momento veraniego dominguero de tortilla y carne rebozada, donde el táper era sinónimo de día de campo y no de día de curro. Te retrotraes al calor en la cara y el vientecillo azotador, al partidillo con tus hermanos, al bañito en el mar, a las pesetillas que te daban para que fueras a comprar helaos de cucurucho, al caset que le acababas de grabar a tu padre, a las caravanas con las ventanillas bajás hasta media ventana - que había que ver la rabia que te daba que no bajara del todo -.
Esas son las cosas que hacen que, años después, el recuerdo convierta una pizza, una tortilla, un cocido... hasta una escalivada, en el mejor manjar de la historia.
De todas maneras, creo que este post no iba de esto. Al ser un blog de especias, el objetivo era hablar del orégano, no?
A más ver,
Señor Manuél, que cosas me cuenta. Me hace sentirme abuela risueña remirando a mi hijo con hijos mientras le cuenta lo de las tostadas a los suyos y estos le miran asombrados pues en esa época ya no hay smartphones y nos mandamos postales con sellito otra vez. Eres muy listo con eso del adivine del orégano (el orégano es muy importante en mi vida). Se nota que te arrimas bien a la vida y a los sabores importantes como las escalivadas o los menospreciados bocatas de mortadela y queso. Hasta más ver y más leer. Te recomiendo el último post de "Si te dicen que" (link a la derecha) sobre tardes de tupper en la playa.
EliminarEn el libro de "come, reza, ama" la escritora dice que la mejor Pizza del mundo se come en Napoles (además señala una pizzeria concreta, de esas con solera). Pero vamos, que tu pizza también tenía que estar muy buena, teniendo en cuenta como dices, todas las circunstancias que la acompañaban.
ResponderEliminarMuy bonito explicado todo, los sentimientos, lo de orégano, las sensaciones...
Yo también soy de descubrir nuevos sabores y lugares (no hace falta que sean caros para ser buenos). Por eso siempre me entusiasmo tanto con comidas de otros países (o pueblos). Una de las cosas buenas que tiene esta ciudad bávara en la que ahora estamos viviendo, son sus restaurantes (y nosotros que somos más de cocinar juntos en casa...).
Muakis
P.D:
Mañana tengo competición bávara de florete y pasado de espada (tenía bastante con la de espada, pero me han apuntado a las dos). Espero mantener un mínimo la compostura y mi estómago (me pongo nerviosa y se me revuelve todo, no sé por qué... Ya estoy mayor para estas cosas).
no es el amor, nunca el dinero. Si los sitios caros a los que a veces podemos ir a disfrutar no tienen un gran cocinero con enorme corazón detrás, entonces, has tirado el dinero. Mucha suerte mañana Stu querida. Yo hacía florete pero prefería hacer espada, por eso de la idea romántica. Qué alegría el año que estuve federada. Nunca es tarde si la dicha es buena y si se te revuelve todo es por que la dicha es muy buena. Suerte reina. Muacs
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